domingo, 13 de noviembre de 2011

De lo rural a lo urbano, sin trasladarse un palmo



Repaso mi conocimiento sobre Santander, intento buscar un pulso. Sin embargo al igual que el cuerpo humano, la ciudad posee muchos puntos con latidos a ritmos diferentes. Algunos resuenan en mi por cercanos, otros son desconocidos, aunque no por ello inexistentes.
Santander, es como un cocido montañés, conformado por muchos ingredientes, todos sabrosos y con denominación de origen, calientes, aunque esta apreciación ultima es para los santanderinos, ya que los foráneos, piensan que somos fríos y nada abiertos. Esta bien, tenemos todo el derecho de ser como somos. Abiertos para unos, cerrados para otros. Supongo que latimos al ritmo de nuestra ciudad, cada uno con sus cadaunadas, como decía Cela.
Sin embargo, creo que este trabajito encargado en mi taller de escritura no va de este tema si no de lo que veo y siento sobre mi ciudad.
Observo, que tengo dificultad en escoger sobre que pulso baso el relato. Por fin y después de mucha lucha interno-literaria, me decido, por intentar escribir sobre la zona, que hoy en día se denomina Parque de las Llamas, en otro tiempo,  La Pereda, por ser una de las que mas conozco y que tanto a cambiado en poco tiempo.  Lugar de prados segados por hombres con brazos rápidos y expertos. La hierva cortada servia de alimento a las vacas. Estas convivían con familias ganaderas, que provenientes unas del lugar, otras de diferentes puntos de la geografía española y muchos pasiegos, grandes conocedores de las explotaciones ganaderas y todo lo que tiene que ver con el dinero y la tierra. Hicieron de este pequeño territorio un lugar prospero a base de mucho esfuerzo y trabajo duro.
No estaba muy poblado. Las  pocas casas, eran la mayoría de labranza, compuestas por vivienda, cuadra, pajare, huerta y maizales, todo conviviendo en perfecto equilibrio, en una forma de vida rural.
Las callejas llenas de zarzas y bichos raros, daban la oportunidad a los niños y jóvenes de organizar excursiones y vivir aventuras extraordinarias, con la excusa de “ir a por moras”,  cargados de cacitos y bolsas para su recogida, pocas o casi ninguna llegaba a casa,  
Las tapias, delimitaban las propiedades hechas de piedras grandes y pequeñas, muy rectas delineadas por los mojones.
Este paisaje que describo ya no existe, si no en el recuerdo, como imágenes de fotografías colocadas en el álbum de mi memoria.
El presente de la zona esta configurado por vallas metálicas verdes, tapadas por pinos frondosos muy bien cortados que delimitan las distintas urbanizaciones, jardines con flores y variedad de árboles, que aun no han alcanzado su madurez, montones de edificios, menos mal que no son rascacielos y por sus ventanas aun se ve un trocito de mar y tierra cubierta, al menos por césped.  Una forma de vida urbana
Donde antes los caballos de tiro con sus grandes y fuertes patas, tiraban de carros repletos de hierba fresca en invierno y seca en verano para llenar los pajares.  Hoy es el “Parque de las Llamas”, espacio en el que se juega al baloncesto, futbol, las gentes pasean y disfrutan de una gran zona despejada, llena de agua, patos, bonitas plantas, artilugios  infantiles (También han cambiado) y hasta una cafetería
El lugar, sigue la evolución natural, para bien y mal, porque si no fuera así estaríamos aun viviendo en las cuevas, y Cantabria sabe de estas cosas ya que lleva habitada hace mas de 30.000 años. Ahí están nuestros restos arqueológicos. Joyas  del ayer que hoy disfrutamos. Un día también nosotros seremos restos arqueológicos y motivo de estudio.