sábado, 26 de junio de 2010

Articulo escrito por Annabel Espinosa. II

Una mujer vale menos que un hombre
En este y muchos otros países una mujer vale menos que un hombre. Sobre todo en materia de terrorismo (forma de dominio que usa la violencia para infundir terror).
Cuando se trata de la lucha contra el terrorismo político se ponen en marcha dispositivos de búsqueda y captura  e, incluso con colaboración internacional. Y a las personas amenazadas se les dota de escoltas, y  la condena social es explícita y manifiesta.
Muchas veces el terrorismo se manifiesta en casa. Y los que infunden terror,  ejercen la violencia o amenazan con ejercerla tienen una motivación clara: quieren dominar y someter.  Terroristas con nombres y apellidos, con domicilio y puesto de trabajo. Terroristas localizables. Terroristas reconocidos, terroristas impunes, que se sienten con todo el derecho a hacer lo que hacen. Terroristas todo el tiempo, que si cambiaran de mujer seguirían siendo terroristas, que no solo son una amenaza para la persona con la que están, sino que lo serán para la siguiente y para la siguiente…
No hay medios, nos dicen. Que no se puede poner vigilancia a cada una de las mujeres amenazadas o agredidas. A veces si se puede hacer algo, y pueden enviarla a ella y a sus hijos a un piso de acogida. Y ella y los hijos e hijas pasan entonces a vivir una vida distinta, de excluidos sociales, de destierro impuesto. Ya no van al mismo colegio, al mismo trabajo, ya no frecuentan las mismas tiendas, ni pueden tomar el café en el bar de siempre. No pueden seguir viviendo su vida, se ven abocados a vivir una vida de fugitivos, desconectados de su red de amistades y afectos.
Pero el terrorista  consigue su objetivo, siempre gana. Vale más que su víctima. Tiene derecho a no cambiar de vida, a no cambiar de ambiente, va y viene sin miedo, sigue con los mismos amigos y con la misma red de apoyos.
En  una comisaría tristemente  he escuchado: ¿y que le hizo Vd. para que él se pusiera así?. Nadie amenaza a nadie porque sí. No debía saber ese policía que en muchas ocasiones negarte a obedecer a un hombre, es un detonante que puede ocasionar la muerte.
Ya tiene que teminar el discurso peligroso vacío e injusto del por qué no denuncian. ¿Constituye acaso la denuncia en sí una garantía de protección? No se enuncian nunca las desventajas  reales y dramáticas de denunciar. Sí, desventajas reales: que las amenazas se incrementen, que la protección no sea efectiva, que no te crean, que pongan en duda tu testimonio, que denigren tu dignidad considerándote una pobre infeliz que no ha sabido hacerlo mejor, que no ha sabido elegir mejor, etc. Denunciar en muchos casos supone una mayor peligrosidad y no se dice nunca.
Tenemos un deber de participación activa en los cambios sociales. Y estamos en la obligación de llamar a las cosas por su nombre, de no consentir los discursos falsos ni participar de ellos. Que a muchas mujeres y a sus hijos e hijas no les queden otras puertas de salida que no sean la muerte o el destierro no es la solución.  

Annabel Espinosa Cejas
Un mundo mejor es posible

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